La forma de
vestir es una de las principales señas de identidad de las personas. El vestuario de las mujeres ha tenido una
cosa en común a lo largo de todas las épocas: ha estado diseñado por hombres.
Y sigue estándolo.
Tradicionalmente,
en Occidente se cubría casi por completo el cuerpo de la mujer. Éste era
asociado al deseo y, por consiguiente, al pecado; sus formas debían ocultarse
incluso bajo el sol calcinante del verano. Esto sigue ocurriendo en muchos
lugares de Oriente, donde, en los casos más extremos, las mujeres sólo pueden
mostrar sus ojos en público. En Occidente, en cambio, estas barreras se han
roto: por desgracia, sus pedazos han saltado por los aires y han abierto otro
tipo de heridas.
Las mujeres
occidentales ya no estamos obligadas a esconder nuestros cuerpos, pero hemos
pasado de tener que taparlos a que nos hagan enseñarlos sin pudor. Esta
nueva moda femenina tampoco es funcional: antes, las mujeres se ahogaban de
calor en verano con tanta ropa; ahora, pasamos frío en invierno con vestidos
cortos, escotes pronunciados y medias transparentes. Por no hablar de
instrumentos de tortura como sujetadores, corsés y tacones –estos últimos son
obligatorios en todo evento que exija etiqueta–, destinados única y
exclusivamente a realzar la belleza del cuerpo femenino.
No nos
engañemos: las mujeres occidentales no nos hemos liberado acortando nuestras
faldas. Tan sólo han cambiado los códigos sociales impuestos por los hombres:
antes, estaba mal que enseñásemos nuestro cuerpo, pues la sociedad de entonces
consideraba la sexualidad un tema tabú; ahora, en cambio, debemos exhibir
nuestros cuerpos, pues su principal función es deleitar a los hombres con su
contemplación y uso. La publicidad, donde mujeres vestidas de forma provocativa
anuncian coches o detergentes indistintamente, es un ejemplo de ello.
Como mínimo,
las mujeres debemos ser conscientes de que esta moda es algo que nos imponen.
Es difícil cambiar una sociedad que, como siempre, sigue dominada por los
hombres, pero el primer paso es estar concienciadas. Una sola de nosotras no puede cambiar el
sistema, pero puede evitar que las mujeres de su alrededor, sobre todo las más
jóvenes, se conviertan en esclavas de la moda y la belleza.
La valía de una
persona no depende de si lleva un par de tacones o dos balones de plástico
estrujándole los pulmones. Y una chica no va a ser más querida por llevar falda
corta en vez de unos vaqueros.
Violeta
Cuando veo a una mujer tapada como señal de sumisión siento pena. Ya sea musulmana o monja. También la siento cuando veo a mujeres embutidas es dos tiras de licra que poco dejan a la imaginación. Pero, mi ejercicio, es en cualquier caso mirar más allá de la indumentaria.
ResponderEliminarSi nos fijamos en las tiras de licra o el hábito, ¿Cuándo paramos? ¿Cuando las tiras lleguen a la rodilla? ¿Cuando las uñas ya no estén pintadas? ¿Cuando ya no haya tacones?
Miradas a los atavíos he visto muchas y, sin embargo, creo que cada uno elige su vestimenta en función de su educación, sus valores y su historia. Si esta cambia, el vestuario cambiará.
Para meditar pensemos en cómo preparamos los regalos que hacemos. ¿Los envolvemos? ¿Los preparamos? ¿Los adecuamos al momento? Lo lógico es que esto lo hagamos también con nosotras mismas y elijamos el atavío que consideremos.
Evidentemente una mayor seguridad siempre repercutirá en un atuendo más cómodo y funcional. Pero no me gustaría caer en mutilar la presencia física sólo para evitar la posibilidad de que me cataloguen como sometida.
Otro aspecto es la pertenencia al grupo. Somos animales sociales. Pedir a las jóvenes romper con los atuendos de pertenencia a grupo es un esfuerzo mucho más fuerte que educar en la tolerancia.
Y después de todas estas ideas al viento, enhorabuena por la iniciativa!
Gracias por tu aportación, Estefanía. ¡Un saludo!
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